lunes, 31 de octubre de 2011

Era un titiritero excelente, poseía una técnica inimitable en el maejo de las cuerdas al grado de que en poco tiempo alcalzó la fama y la fortuna en todo el mundo.
"Carlos, el magnífico y sus muñecos" recorría los escenarios de todo el orbe: desde China hasta Australia, desde México a La Patagonia.
Se presentó en todas las plazas del mundo por pequeña que esta fuera, lo mismo para cinco personas que para diez mil.
En una ocasión impuso un récord de audiencia al registrar dos millones de personas que reunió en el desierto solo para ver cómo sus muñecos se movían de un lado a otro y parecían tener vida.
Pero en algún punto de la cumbre la fama lo volvió soberbio, y en un mal manejo de las finanzas lo dejaron en la calle.
De la noche a la mañana perdió todo: fama y fortuna.
Solo se quedó con un títere y ni siquiera era el principal del espectáculos, sino un títere cualquiera que rescató del embargo.
Un tarde acudió con un empresario para pedir trabajo.
Se escucharon gritos, luego algo parecido a una pelea, después nada.
Cuando Carlos salió de la oficina lo hizo con trabajo, el empresario permaneció sentado en la silla sin poder moverse.
Al siguiente dia los empleados se sorprendieron a ver a Carlos al lado de su jefe, como si fuera su secretario particular.
No había decisión que el jefe no consultara con Carlos, y hasta para comer iban juntos.
Lo que nadie alcanzaba a percibir era que, con hilos muy delgados y finos, Carlos controlaba al empresario..

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