sábado, 29 de octubre de 2011

Alborada


Comenzó a caer la tarde cuando él corría desesperado por el campo, la oscuridad y su problema visual dificultaban la huida.
-¿En qué me metí?- pensó mientras esquivaba piedras, sembradíos y huisaches tratando de no caer en una zanja.
Detrás se escuchaba una jauría de perros, gritos de un grupo de personas y ocasionalmente detonaciones de armas de fuego.
El territorio era completamente desconocido para él, de modo que corría solo por salvar su vida, sin ninguna idea de encontrar refugio o sin saber si se encaminaba hacia algún punto sin salida.
-Padre nuestro que estás en el cielo…- musitaba tratando de que alguna divinidad bajara del cielo para salvarlo o convertirlo en un ser invisible.
A penas dos horas atrás había llegado a un poblado ubicado en el Norte del Estado, su trabajo en la Compañía de Electricidad lo condujo a una de las rancherías cercanas para analizar la posibilidad de cablear la zona y dotar de luz a las más de 20 casonas de tabique y madera.
Cuando llegó se entrevistó con el delegado, Juan Ramón Román, sucesor de Juan Alfredo Román y padre de quien sería su relevo Juan Felipe Román.
Con planos en la mano, explicó a detalle la colocación de los postes, la línea de
cableado que recorrería y las zonas de afectación.
El delegado, que en ese momento ya estaba acompañado por toda la comunidad, unas 100 personas entre mujeres, niños y ancianos, veía con asombro el proyecto: jamás en sus 70 años de existencia había conocido la luz eléctrica, ocasionalmente
bajaba al pueblo más cercano que estaba a casi un día de camino por estrechos
caminos y empinadas laderas.
La carretera estaba saturada de enormes piedras que habría de esquivar, por eso el
ingeniero había llegado en una camioneta todo terreno y aún así fue complicado y arriesgado encontrar la comunidad “Alborada”.
-Todo eso suena muy bien, pero qué es “electricidá”- preguntó con asombro Juan Ramón Román.
El ingeniero se extrañó de la pregunta y respondió muy simple: -pues luz-
Llevaba cables, pilas y un foro, y rápidamente construyó un circuito que conectado a la batería provocaba que el foco se iluminara.
-Esto es luz- y mostró a todos la bombilla iluminada.
En ese momento los niños comenzaron a llorar, las mujeres se persignaron y los hombres mostraron su rabia.
-Cómo se atreve a ser más que Dios, usté no es nadie, no puede dar ese regalo que solo le corresponde a Dios- le gritó encolerizado el delegado al mismo tiempo que el resto de la población se le echaba encima.
Cómo pudo esquivó los golpes y cuando vio un machete salió corriendo en dirección opuesta a donde se encontraba la camioneta.
Al caer la noche aún corría, entre la oscuridad, cansado se detuvo resignado a su fatídica suerte.
En ese momento todo pareció detenerse y ya no escuchó el ruido de la gente, tampoco sintió cansancio, ni dolor, ni miedo: una luz bajó del cielo y se lo llevó.

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