viernes, 28 de octubre de 2011

Empezaba a
disfrutar la idea de organizar mi propio funeral.
Ya saben,
que todo estuviera de acuerdo con mis gustos: invitados de honor, selección
musical, acomodo de sillas, velatorio céntrico y hasta algunas dolientes
contratadas para que hubiera llanto, mucho llanto que contrarrestara con los
chistes mil colores que seguramente contarían familiares y amigos.
La idea
vino luego de leer un texto que encontré por Internet donde decía: “Si usted
quiere organizar su propio funeral, no espere a estar muerto” y cuando leí que
las oficinas de tan funesta propuesta se encontraban en mi ciudad reuní un poco
de dinero y dirigí mis pasos hacia la calle Ornatos número 124 en la colonia
Libertad.
Las
oficinas eran sencillas pero elegantes, con cortinas negras, sillas talladas en
madera, una mesa con mantel que parecía de terciopelo y alfombra roja.
Detrás de
un escritorio se encontraba una mujer no mayor a los 25 años, de grandes ojos y
boca pequeña delineada con un lápiz labial de un intenso color rojo que
contrarrestaba con su tez blanca.
Su sonrisa
fue lo más brillante que había visto hasta ese momento y el tono de su voz
cuando dijo “hola” era la música celestial que estaba buscando para acompañar
los días de mi existencia.
-Hola-
respondí con firmeza y tono grueso pero con encanto.
-En qué le
puedo servir- añadió con ese mismo tono angelical, sin saber que detrás de esa
respuesta mi mente comenzó a imaginar millones de respuestas todas ellas,
insisto: todas ellas a mi favor.
Extendió un
platón con chocolates en formas de calaverita, muy ‘ad hoc’ con el lugar, tomé
uno y estaba muy sabroso.
-Estoy
interesado en organizar mi funeral- añadí sin quitar los ojos de sus labios.
-Es muy
sencillo: lo único que tiene que decir es el día en que quiere morir- apuntó
con un tono más solemne.
-¿Perdón?,
cómo que tengo que decidir el día de mi muerte-
-Si, pero
no se preocupe que tenemos con especialistas para que cumplan con su última
voluntad-
-Yo creía
que se trataba todo de organizar los detalles, es decir, usted sabe, a quienes quiero que asistan- contesté nervioso.
Empezaba a
sudar, quería alejarme de ahí pero mis pies estaban aprisionados con grilletes
invisibles.
-Tal vez no
leyó bien el anuncio- y tomó su computadora para abrir la página: “Si usted
quiere organizar su propio funeral, no espere a estar muerto, nosotros lo
matamos”.
Sentí un
ligero mareo, después náuseas y me desvanecí.
Cuando abrí
los ojos estaba inmóvil, con el cuerpo rígido y al abrir los ojos ví el
rostro de una de mis tías ancianas y con
los labios malpintados besándome la mejilla.
-Pero si
estaba lleno de vida, qué fue lo que pasó-
-No sabría
decirle señora, cuando entró a nuestra oficina parecía estar bien, dijo el
doctor que lo revisó que quizá fue un infarto-contestó la señorita que me había
atendido.
-Qué bueno
que estaba en el lugar correcto, y por cierto, es verdad que aquí
organizan funerales-.
-Si, con
gusto podríamos platicar, gusta un chocolate…..

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